Antes de leer este artículo, quisiera recordarles que el Omeprazol es un buen remedio contra la acidez. No, no es un patrocinador. Apenas un consejo porque las siguientes líneas pueden generar escozores, malestar intestinal y diversos trastornos provocados por bajos niveles de sentido del humor ácido, mordaz y socarrón.
Oído en la calle, alguien dijo que ser idiota está de moda. Hasta el punto de que se ha convertido en un lucrativo modelo de negocio. Las plataformas on line, además de servir de lanzaderas de ese subgénero de la comunicación que es la información a granel (lo que incluye a los generadores de fake news), son el territorio perfecto donde germinan –con algunas razonables excepciones– toda clase de oportunistas ignorantes atrincherados en sonoras y anglófilas denominaciones: youtubers, instagramers, influencers, tuitstars, bloggers… en su mayoría con las rodillas desgastadas de tanto rogar por followers que alimenten su ego a cambio de informaciones, consejos o recomendaciones de dudosa utilidad por su ausencia de rigor o experiencia empírica.
Ya sé. Soy blogger. Eso me incluye en el paquete de imbéciles ignorantes… En mi descargo debo defenderme argumentando que no busco la aprobación de mi público, no me interesan los likes ni los seguidores, ni reparto dogmas o decálogos de estilo… ni siquiera me atrevería a recomendarles ningún producto, aparte de unas cervecitas muy frías (cuya marca voy a reservarme por si me quieren patrocinar) en compañía de buenas amistades, sugerencia esa que sí conozco por genuino procedimiento empírico basado en mi propia experiencia.
Ese modelo de negocio del que hablaba, no se limita a la cobranza de beneficios a cambio de fatuos consejos a través de internet, sino que se extiende en abundantes programas televisivos con sus propios «especialistas» para que el público pueda engullir, con garantías, pedantes postureos con los que destripan temas ajenos con tanta impunidad y vanidad como ausencia de interés…
Sería muy fácil referir en estas líneas aquella ingeniosa frase atribuida a Einstein en la que habla de la infinitud de la imbecilidad humana comparada con la finitud del universo.
Yo soy más de Quevedo cuando afirmaba que «Todos los que parecen estúpidos, lo son y, además también lo son la mitad de los que no lo parecen» o me enrosco en el pensamiento del poeta ecuatoriano Luis Alberto Costales porque «De vez en cuando me fumo un recuerdo, su humo se pone delante y no me deja ver tanta estupidez coexistente».
Pero sigamos con el tema. ¿Las redes sociales e internet disminuyen el nivel intelectual de las discusiones y conversaciones o será una impresión apocalíptica mía? El debate sobre si internet y las tecnologías de la información nos tornan más inteligentes o nuestras capacidades cognitivas van disminuyendo por estar inmersos en la enorme burbuja de la hiperconectividad, no es nuevo ni de fácil resolución.
Un estudio de 2012 firmado por Kevin Drum demuestra que las personas inteligentes se tornan más inteligentes y las personas de baja inteligencia se tornan más tontas, incapaces de nivelar su camino en la violenta selva del Big Data.
La lógica de esta idea se basa en la paradoja de que una página web puede dar una respuesta sumamente precisa pero diametralmente equivocada, basándose en un aspecto muy particular que es la capacidad o no de formular la pregunta correcta para obtener las respuestas necesarias. La consecuencia de esa difícil tarea es la aparición de una creciente desigualdad cognitiva en la que las personas inteligentes sacan provecho del potencial de la net y de la información relevante y los menos inteligentes se pierden en una inmensa marea de inútiles informaciones sin pies ni cabeza.
Y es que internet tiene todas las respuestas. Y todas las confusiones. Haga la prueba: si usted teclea que «Estambul está en Asia», Google le dirá que Estambul está en Asia, pero si escribe «Estambul está en Europa», Google también le dará la razón.
Hace unos años, Umberto Eco publicó una polémica entrevista en el diario La Stampa en la que afirmaba que «Las redes sociales otorgan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente pero ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas». Y no se quedó por ahí, sino que poco más tarde afirmó para ABC que: «El drama de internet es que ha promocionado al tonto del pueblo al nivel de portador de la verdad».
La controversia está servida porque, obviamente, esas declaraciones desatan peligrosas señales de elitismo intelectual presuponiendo la incapacidad de una mayoría de la población en asimilar que la sobreinformación acostumbra producir un déficit de atención y nula capacidad reflexiva.
Ejemplos hay muchos. Diariamente se suben miles de datos que lejos de dispersar los argumentos anteriores, nos confirman que vivimos en una época en la que los idiotas se transforman en focos de atracción de modo que, cuando uno destaca en los medios o en las redes sociales todo comienza a girar en torno suyo, expandiendo su capacidad de concentrar a más idiotas a su alrededor.
Es lo que Michael Houellebecq describió como la globalización de la estupidez, o como decía el poeta Boileau: «Un imbécil siempre encuentra a otro más imbécil que le admira». En este punto… y de forma ilustrativa de cómo un idiota puede arrastrar millones de otros idiotas, me viene a la memoria cierto género sonoro (que no musical) que, a pesar de su nombre comienza por reggae…, nada comparte con este estilo musical… pero lo dejaremos para otro artículo.
La verdad es que la capacidad de algunos seres humanos para hacer el imbécil no tiene límites y cuando encontramos un ejemplo que nos parece insuperable, siempre hay quien consigue mejorarlo con la convicción de ser aún más estúpido.
Pero no todo es crítico. Lo hermoso de la imbecilidad contemporánea y su mediática exposición es que frecuentemente es voluntaria. Porque no es lo mismo estar equivocado – todos lo hacemos varias veces por día – que ser idiota. Ni es lo mismo ser idiota por accidente que serlo por vocación.
El Homo Idioticus es un zopenco vocacional, convencido de que decir idioteces, aceptar retos absurdos o ir a contra corriente por ignorancia supina, le hace parecer moderno, inteligente, atractivo o diferente y marca la pauta de idioteces destinadas a su público…
Son los que sacrifican la ética por la estética, los que posan con sofisticados filtros de colores (metáfora) de modo a estar dentro de un determinado padrón estético/ideológico que les haga sentir integrados en tribus de irreductibles gaznápiros posmodernistas.
Desprecian opiniones ajenas: o estás con ellos o contra ellos y se sienten lesionados en sus derechos si apenas les ilustras con que el mundo de las opiniones es como el de las posaderas… cada uno tiene la suya propia. Como egoístas que son, ignoran el respeto colectivo y desconocen la historia. Hablan en ingeniosos retales literarios obtenidos de memés de las redes sociales… y lo que es peor, frecuentemente son jóvenes.
Cuando presentan sus petulantes majaderías, no importa si esas idioteces tienen todas las pruebas en contra. Cuánto más evidente sea el disparate mayor será el regocijo de su ideólogo.
En la cabeza del idiota todo encaja y si no lo hace, reordena los argumentos para adquirir nuevo sentido. Eso explica las docenas de anunciadores de apocalipsis, a través de calendarios mayas o por visiones de ciegas búlgaras, son los que en festivales de música de España censuran aquellas letras con referencias al amor romántico, no vayan a resultar ser propias del patriarcado opresor y esas cosas, sin olvidar a los bobos y bobas defensores y defensoras de todos y todas las formas de lenguaje inclusivo, inclusiva e inclusive…
Ocasionalmente las convicciones del idiota son tan firmes que desafían a todo el mundo para demostrar que llevan la razón: Mohammad Ashan, un comandante talibán de medio nivel, era sospechoso de organizar ataques contra tropas estacionadas en Afganistán. Según los informes de 2012, se acercó a un puesto de control policial, señaló un cartel que mostraba su rostro y reclamó la recompensa de cien dólares por su propia captura. Las autoridades desconcertadas ante tal acción declararon ante periodistas: «Claramente, este hombre es un imbécil».
Personas que antiguamente eran alojadas en institutos frenopáticos hoy dan entrevistas y venden exclusivas… La británica Amathyst Realm, consejera de orientación espiritual de 30 años, asegura que mantiene relaciones íntimas con entes fantasmagóricos y no descarta tener hijos con alguno de sus «amantes » incorpóreos…
Sobre la estupidez relacionada con la clase política necesitaría de una enciclopedia apenas para resumirla… Pero no me resisto a mencionar la estupidez vinculada a las religiones. Me quedo, a modo de ejemplo, con el ritual que cada mes de noviembre se celebra en la pequeña villa de Bhidawad, India. En esa ceremonia los habitantes se echan al suelo para que confundidos rebaños de vacas sagradas los pisoteen y atropellen con la esperanza de que el dolor así obtenido llame la atención de los dioses y éstos respondan a sus devotas oraciones…
Pero tal vez el mayor ejemplo de estúpidos por convicción, que arrastra multitudes en todo el mundo y de los que últimamente se habla mucho en los medios, sea el de los terraplanistas.
Es indiferente si las pruebas de la esfericidad de la tierra, sea por las diferencias del firmamento en los dos hemisferios o por los movimientos de traslación y rotación del planeta sean firmes. Nada funciona con ellos porque rechazan cada prueba con una intrincada serie de argumentos carambólicos de forma a crear su propio sistema ptolemaico.
¡Es la Cultura, Imbécil! Podríamos argumentar como la clave del problema… trastocando la frase atribuida a Bill Clinton sobre la economía americana.
Robert Sternberg de la Universidad de Cornell, afirma que nuestro sistema educativo no está diseñado para enseñarnos a pensar de una forma que sea útil para el resto de nuestras vidas. Nos falta capacidad reflexiva, amplitud de conocimientos y una educación vehiculada hacia el espíritu crítico… pero sobre ese tema hablaremos otro día.
Diversos autores dedicaron décadas a analizar y clasificar todas las variantes de la estupidez. Así hallaron numerosas especies y subespecies: desde el simpático tontolaba, a los escatológicos tontolcarajo, tontolculo, o los más comedidos, tontos de remate, tontos de solemnidad y el ínclito tonto del-tó pa-siempre.
En cualquier caso, reconozco que todos tenemos el derecho a ser idiotas, lo malo es que algunos abusan del privilegio.
Nota: Este artículo no es que sea muy inteligente, por lo que sería muy estúpido sentirse aludido.