Dos metros y sesenta de largo por un metro y ochenta de alto.
Llevaba meses pensando en adquirir un mueble para la pared vacía que enfrento todas las mañanas de supuesta inspiración creativa. Tomé las medidas y encargué on line, en IKEA, un magnífico mueble Svensson, con nueve cavidades, de pura chapa de nogal, a juego con las cortinas, ruedas niqueladas y cajoncitos con tiradores color bronce.
No es que fuese la quintaesencia del mobiliario de ensueño que alguna vez imaginé para la sala, pero era cómodo encargarlo por la net y que lo trajeran a casa.
Mientras desplegaba el manual y me armaba de paciencia para iniciar el proceso de instalación… me dio hambre. Me fui directo al portátil para encargar el almuerzo. De entre toda la gama de restaurantes y saludables géneros culinarios, pedí a domicilio un sabroso Sukillaki-Thai, sin gluten, orgánico y ecológicamente sustentable… lo que quiera que esto significase.
Al final de la tarde, ya tenía el mueble montado y los libros, que hasta ese momento dormitaban en humillantes cajas de cartón, expuestos adecuadamente, según las normas combinatorias de color que el curso de Feng Shui, que hice también por internet, me había aconsejado para conservar en paz y cósmica armonía mi Shi…
Con una elegante camisa de lino marfileño, comprada en zalando.es, un pantalón café de zara.es y unos no menos soberbios zapatos italianos de piel adquiridos en megacalzado.es, me dispuse a salir a tomar el aire… porque, tomar el aire, caminar por espacios abiertos y sentir el frescor del otoño era lo único que, por hoy, no podía adquirir a la medida.
Pero salí solo.
¿Me hacía falta compañía? ¿Y qué compañía sería la adecuada?
Siguiendo la misma tendencia on line, imaginé que podría encargar a través de las numerosas redes de contactos existentes, una compañía construida a la medida, como si de un Frankenstein emocional se tratara.
Un poco de esto, un poquito de aquello, algunas características comunes, una cierta altura y bases culturales, por aquello de la empatía, et voilà, obtendría un supuesto modelo de espécimen humano compatible, resultón, competente en las materias que me interesasen y, sobre todo, con garantía de satisfacción… porque a fin de cuentas, y al igual que el mueble, la comida, la camisa y los zapatos, podría, en el caso de que no cumpliese mis expectativas, devolver el producto sin compromisos y buscar otro más adecuado.
¿Qué buscamos? ¿Compañeros de camino? ¿Complicidad? ¿Risas? ¿Entendimiento mutuo? ¿Atención, amor, calidez, escucha, ternura, sexo gustoso?… en definitiva, ¿No será que buscamos sentirnos importantes para alguien, dejar de ser invisibles y sentir que hay a quien le importan nuestras necesidades?
Estas cuestiones me hicieron pensar sobre las motivaciones que pueden llevar a buscar relaciones a través de páginas de contactos. Al hacerlo, exponemos nuestros perfiles ideales y detallados sobre nuestro estatus, gustos, aficiones y objetivos, somos parte de un muestrario tan ecléctico como paralelo al de otros miles de usuarios, con la vana esperanza de resultar vagamente interesantes para otros miembros del mismo catálogo… sin darnos cuenta de que, en realidad, estamos tratando de disimular un vacío que no somos capaces rellenar nosotros mismos.
Somos como saquitos de miedos acumulados, nos protegemos a través de redes sociales y de contactos donde seleccionamos aquellos perfiles que se adapten, ilusoriamente, a necesidades puntuales. Libremente decidimos formar parte de un catálogo público y confiamos que frías y estructuradas bases de datos realicen el cruzamiento ideal de similitudes comportamentales y actuar en consecuencia cuando la lotería nos convierta en anzuelos o mojarra.
Y esperamos.
¿Buscamos querer a alguien o que ese alguien nos quiera? Es más fácil recibir que dar amor…
Pero ese juego de coqueterías en el mundo virtual desgasta, a no ser que lo tengamos como un entretenimiento. Esa búsqueda incesante, con las respectivas desilusiones concatenadas, perfila un estado de continua sensación de que todos los comienzos son prometedores pero también provocan una descreencia sobre el sentido del amor y el cariño.
La liberación de endorfinas que provoca una cita a ciegas engancha. Provocan adicción. Dejamos de ser nosotros mismos para pasar a ser escaparates para impresionar y sujetos pasivos para ser impresionados. La excitación de lo desconocido en un ambiente diferente del entorno rutinario liberan las tales endorfinas disfrazando nuestra insatisfacción y ansiedad con una felicidad instantánea estimulando la perspectiva de hacer realidad las fantasías oprimidas y los sueños perdidos.
Son amores efímeros. Tan efímeros como la vida del pequeño insecto del mismo nombre, que carece de sistema digestivo porque su existencia como animal adulto se limita a un puñado de horas en las que apenas vive para el sexo, reproducirse y vivir la vida loca que son cinco horas en el mejor de los casos, puesto que después de aparearse, muere…suponemos que feliz y realizado.
Vivimos una existencia anestesiada a base de rutinas y esquemas. Nos hemos habituado a arriesgar lo mínimo posible y usamos las pantallas como modernos oráculos que nos (des)orientan sobre el destino. Somos espectadores de nuestras propias inquietudes y buscamos salvaguardarlas de injerencias incómodas, eligiendo fría y a veces anónimamente aquellas opciones válidas para nuestros padrones emocionales.
“Buscaba algo” me dijo una amiga que confesaba su error al haber tenido varias frugales y resbaladizas relaciones a través de una red de contactos. ¿Error dije? Lo más probable es que no fuese así. Siguiendo la conversación se me ocurrieron varias preguntas básicas que no llegué a formularle: ¿De verdad buscas un compañero, una relación estable o un padre para tus hijos en Tinder, e-Harmony o Darling? O lo que querías era apenas desatar la adrenalina del sexo fácil, sin compromiso…
Puede que el sexo fácil sustituya como un mal sucedáneo nuestra necesidad de amor, convirtiéndolo en una suerte de quimera. Puede que la falta de tiempo, el miedo a la soledad y la sensación de vacío sean las disculpas que nos damos a nosotros mismos para iniciar y mantener la incesante búsqueda.
Por supuesto que ni siempre el comportamiento en las redes de contactos es la del depredador y víctima, sino que pueden haber quienes busquen apenas una simple sociabilización pero sé que arriesgo y asumo mucho al afirmar que, frecuentemente, la mujer ofrece sexo para tener la oportunidad de conseguir amor y el hombre ofrece amor para tener la oportunidad de conseguir sexo. No es un esquema cerrado y puede que esté repleto de excepciones… pero se parece mucho a una realidad contrastada por tanta decepción.
Y así vamos caminando perdiendo lo realmente valioso a cada tramo que recorremos, como si construirse a uno mismo no costara nada. Vamos regalando amor, presencia, bienes, apoyo, sexo, pensando que tal vez así alguien nos amará y nuestro déficit emocional cambiará.
El sociólogo polaco Zygmunt Bauman, en su obra Amor Líquido, habla sobre la fragilidad de los vínculos humanos en la sociedad posmoderna. Éstos, según el autor, se caracterizan por la falta de solidez, calidez y por una tendencia a ser cada vez más fugaces, superficiales, etéreos y con menor compromiso: «Hemos olvidado las moléculas esenciales de la vida: el amor, la amistad, los sentimientos, el trabajo bien hecho»…despacito, a fuego lento, sin ansias ni atropellos.
¿Cuantas decepciones serán necesarias para conseguir lo casi imposible?
Al final, aquel día, decidí salir solo con la reconfortante intención de apreciar mi propia compañía. Pero no conseguí engañarme del todo. Fui al cine y, casualmente, estrenaba Misión Imposible 6…